A principios del siglo XX, los aviones eran de madera, tela y alambre. Los pilotos se lanzaban al aire con brújulas imprecisas, motores que podían detenerse en cualquier momento y sin más ayuda que su instinto. Volar no era rutina, era un acto de fe. Y en esa época, entre récords, tragedias y hazañas, también surgieron libros que convirtieron aquellas experiencias en historias inolvidables.
Uno de los grandes referentes de esa literatura es Antoine de Saint-Exupéry. Antes de escribir El Principito, el francés fue piloto de correo en rutas que unían Toulouse con Sudamérica, y conoció de cerca la soledad de la cabina y el peligro de las tormentas. En Vuelo nocturno (1931) narra la vida de los aviadores que transportaban correspondencia entre Buenos Aires y la Patagonia. El libro, mezcla de aventura y reflexión existencial, convirtió al autor en una voz clave para entender la aviación como metáfora de la condición humana.
En paralelo, del otro lado del Atlántico, Charles Lindbergh se transformaba en leyenda al convertirse en el primer hombre en cruzar solo el océano Atlántico, en 1927. Años después relató aquella travesía en El Espíritu de St. Louis, un libro que combina precisión técnica con la tensión narrativa de quien pasó más de 30 horas sin dormir, guiado por las estrellas y la fe en su avión. La obra ganó el Premio Pulitzer y todavía hoy se considera uno de los testimonios más vibrantes de la era dorada de la aviación.
Pero no todo fueron hombres en la conquista del aire. Beryl Markham, piloto británica radicada en Kenia, publicó en 1942 West with the Night, donde narra desde cacerías aéreas en la sabana hasta su histórico vuelo en solitario de Inglaterra a Norteamérica. Su prosa deslumbró a Ernest Hemingway, que la definió como una de las mejores escritoras de su tiempo.
Otros títulos completan este mapa de pioneros. Los aventureros del aire (1928), del periodista francés Henri Bouché, reunió crónicas sobre los primeros vuelos comerciales europeos, cuando cada despegue era noticia y cada aterrizaje feliz, un alivio. Incluso memorias menos conocidas, como las de la aviadora estadounidense Amelia Earhart, que en The Fun of It relató sus travesías y reflexiones, siguen transmitiendo el espíritu de una época en la que volar era sinónimo de osadía.
Hoy, cuando las low cost ofrecen pasajes a destinos que antes parecían imposibles y el avión se ha vuelto un medio de transporte rutinario, esos libros nos devuelven a la emoción original: cuando conquistar el cielo era un sueño y cada página escrita, una forma de eternizar la hazaña.
Vuelo nocturno (1931), Antoine de Saint-Exupéry
El Espíritu de St. Louis (1953), Charles Lindbergh
West with the Night (1942), Beryl Markham
The Fun of It (1932), Amelia Earhart
Los aventureros del aire (1928), Henri Bouché